En 30 minutos o muerte

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Hoy tengo hambre. Agonizo y no hay nada listo en el refrigerador para sacarlo y metérmelo en la boca, darle las 25 masticadas reglamentarias y dejarlo que haga su ruta por el interior de mi cuerpo para que mi panza me deje tranquilo y ¿por qué no? , darle gusto al paladar.


Mi estomago no para su requinte, así que decido taparle la boca, con la idea más ingeniosa que el hombre moderno pudo inventar, para todo mortal flojo y que no pretende aprender a cocinar.
A través de la sinapsis, narro mi plan de acción a mi dedito índice, él lo acepta y marca rápidamente los
numeritos indispensables para casos como este en el teclado del teléfono.
Una hamburguesa, papas y una gaseosa…No, no, no!!!. No quiero nada extra. Así no más…Con 50 soles.
Cuelgo el teléfono y le pido por favor a mi estómago que se comporte.
Mientras tanto en el lugar de comida rápida, el “cocinero” termina de preparar el pedido y pronto le entrega la bolsita de papel con el preciado contenido al mensajero.
El mensajero, que es nada mas y nada menos que un motociclista, mete el paquete a la cajita que lleva atrás de su moto, con dos o tres pedidos más que tiene que entregar por la zona. Aquí comienza nuestra historia realmente.
Nuestro protagonista al que llamaremos “Sanders”, sin alusiones personales, se coloca el casco en la cabeza, más por norma de seguridad que por convicción, patea el arrancador y gira el acelerador de manubrio de la moto, para partir fugazmente a su destino, dejando atrás el restaurante de comida rápida.
Girando a la derecha a toda maquina, se coloca en posición aerodinámica para que ni el viento lo detenga, atraviesa la calle despavorido sin mirar a ningún lado, mas por ganarle al tiempo que por ímpetu.
De pronto una reciente luz roja lo ataca, pretendiendo hacer bajar sus revoluciones de 80 a 0 km., Sanders se mira a los ojos por el espejo retrovisor, diciéndose a si mismo: ¡“Ni ca”!. En escena, aparece un automovilista insolente que quiere cruzar la intersección de calles, ya que él posee el permiso de la luz verde, pero nuestro avispado motociclista rápidamente lo pone en su lugar, atravesando la calle a 100 km. por hora, El automovilista pisa el freno a fondo y su cabeza se samaquea bruscamente hacia delante como si afirmara algo.
Yo me acuerdo que la calle donde tengo que entregar el pedido es de la esquina a la derecha. – Piensa Sanders, tratando de ganarle con el pensamiento al velocímetro – Me meto en contra, total por acá no pasan muchos carros. Ejecuta la acción, bajando la velocidad porque su destino ya esta cerca.
Por fin Sanders llega a su destino.
Sacándose el casco piensa: Llegue a tiempo. Toca el timbre de la casa.
Muerto de hambre, salgo de mi casa rápidamente, entrego el dinero babeando ansioso por devorarme la comida, Sanders me da mi bolsita de papel con la hamburguesa, las papas, la gaseosa y las cremas dentro, se despide y luego desaparece por la calle como un héroe misterioso.
Este ha sido un viaje tranquilo para el buen Sanders, un ser tan valeroso como un chofer de combi, un ser que no escatima entre su vida y mucho menos la vida del resto para entregar una simple hamburguesa. A él poco le importan los choques que pudo producir en su recorrido, ni tampoco lo detendrá la posible perdida de una de sus piernas. ¡Jamás!
¿Cuándo te detendrás Sander? ¿Cuándo te detendremos? ¿Cuándo alguien entrará en conciencia que eres todo un peligro? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que eres tan letal como una combi asesina?