Mancuernas del cuerno

10:24 2 Comments

El vapor era tremendo a mi alrededor y es que así me gusta. El espejo empañado no revelaba mi entorno y a mi me describía como un objeto amorfo, así que como detesto los espejos empañados, no sé si por puro maniático o que sé yo, lo limpie con la toalla húmeda con la que me había secado recientemente el cuerpo después de una relajante ducha.
Desempañado el espejo, me mire en él y volví a pasarle la toalla para limpiarlo incrédulo de lo que veía, pero después de varias pasadas de toalla, me di con esa sorpresa que nos damos algunos que pasamos tanto tiempo sentado frente a una computadora tomando gaseosita para la sed y comiendo galletitas para la gula. Estaba panzón.

Me burle de mi imagen ante el espejo y créanme que el espejo también se rió otro poco o quizá lo suficiente como para que me picara. Mi panza sintió vergüenza y se hundió tan dentro de mi cuerpo como pudo.
En ardua discusión el espejo y yo, por fin nos pusimos de acuerdo y decidimos llamar a alguien que nos diera opinión imparcial sobre el estado de mi panza.

La balanza, que es consabidamente enemiga del las panzas, reprocho la estética de mi cuerpo y también reafirmo el estado global de mi zona abdominal.
No tenía la panza de Homero Simpson, ni tampoco mi cuerpo sería la envidia de Brandon Lee en “el Cuervo”, pero aquellos abdominales que me había ganado gratis en mi adolescencia, ya se habían ido o más bien se habían rellenado alegremente.
Que tal choque el que uno pasa cuando el cuerpo cambia y peor si se transforma de esa grasienta manera. Uno no se lo cree, a pesar de que se lo dice hasta tu propia enamorada.
Afortunadamente un amigo me ofreció una beca completa y digamos que casi eterna, en ese templo donde la guata supuestamente desaparece. No la clínica de liposucción, más bien el gimnasio.
Mi amigo, menor que yo, entraría conmigo al gimnasio, ya que tenía un problema distinto al mió: Se sentía muy flaco y quería rellenarse un poco, pero de masa firme. (Suerte del que puede darse esos lujos.)
Terminado un día más de esclavo frente al monitor, mi amigo y yo nos fuimos al gimnasio a comenzar una vida menos sedentaria y más deportista. Ambos estábamos llenos de entusiasmo y vigor (yo un poquito mas que él en el estomago), listos para cargarnos todas las pesas encima y demostrarle a todos de que estábamos hechos.
Al llegar al gimnasio, pasamos el trámite de la beca y nos dieron la ficha con la que el musculoso instructor nos iba a sentenciar hasta que lográramos nuestros objetivos.
¿Qué quieres mejorar? –Preguntó mi instructor asignado, despreocupadamente (bíceps, cuadriceps, pecho, pantorrilla y hasta parpados musculosos), mientras me media con un centímetro cada pedacito de fofo que encontraba en mi cuerpo.
No quiero estar agarrado, simplemente quiero bajar la panza y nada más. Algo tranqui.
Mi instructor no respondió nada a mi última frase, simplemente me dio el papel y señalo la bicicleta estacionaria para que hiciera ese ejercicio a la que ciertos técnicos, expertos, aficionados o maniáticos le suelen llamar “cardio”.
Esto es lo mío – dije entusiasmado a mi amigo y él sabía que no era mentira, ya que junto a él, el verano pasado montábamos bicicleta todos los domingos, desde Surco, hasta playa Arica en el km 35 mas o menos de la Panamericana Sur.
El ejercicio de la bici, me fue sencillísimo, pero al acabar el tiempo determinado en el papel, no supe que ejercicio me tocaba, ya que había unos nombres y unos números que no entendía como se debían hacer efectivos en el planeta “Gimnasium”. Había que buscar al instructor, para que me aclarara la figura.
Peine la zona en busca del Señor Músculo, es decir, mi instructor y no lo hallaba por ningún lado, hasta que ¡Presto! Ahí estaba.
El Señor Músculos, parecía ocupado explicando unos ejercicios a una chica, que para ser sinceros, estaba muy de calendario. No quise ser malcriado, ni complicar el trabajo del instructor, así que decidí esperar a que terminara de explicarle a la chica lo que tenia que hacer, pero esto tardo más de unos minutos en los que me encontré parado al medio del gimnasio viendo a todo el mundo hacer sus rutinas y ellos devolvían la mirada hacia mi como si yo fuera un bicho raro. Una situación un tanto intimidante.
Terminada la explicación teórica del instructor a la señorita, pasó a la parte práctica. Ella se recostó boca abajo sobre la colchoneta que era parte de la máquina para realizar ese ejercicio, que creo que ayuda a los glúteos o al menos eso asumo, ya que el instructor como todo un profesional, supervisó el proceso alegre, cordial y juguetón, colocando sus manos al final de la espalda de la chica.
Disculpa. ¿En qué máquina me toca este ejercicio? – Señale el papel, para indicarle el punto donde quería que viera y el señor músculo, quito su mano del lugar donde esta era feliz, mientras la cordialidad, el trato alegre y amistoso se le borraron de la cara, señalándome la máquina donde me tocaba, con un seño tan fruncido que también hizo saltar algunos músculos de su cara.
No me hice mayor problema y me fui donde estaba ubicada la máquina para ejecutar mis ejercicios.
Las películas si que son una mentira, al menos en los gimnasios de Lima, yo que pensé oír música agresiva mientras hacia mis ejercicios con los fierros, algo como Enter Sandman o quizá algo como The Cristal Method, como cuando Arnold o Rambo entrenan en sus películas, pero la verdad era otra. Chicha peralta no me pareció, ni tampoco me parece muy estimulante a la hora de cargar pesas. En fin. Cosas mías.
Repetí “la serie” como dicen usualmente en términos del gimnasio, pero no de ejercicios si no preguntándole a mi instructor en que maquina me tocaba cada ejercicio, ya que no sabía, ni sé nada de estas cosas, él también repitió “la serie” con caras largas y dedos apuntando las máquinas sin decirme palabra alguna, cada vez que lo interrumpía con alguna cliente, (desde chicas guapas, hasta chicas no tan guapas, pero todas muy flacas y bien desarrolladas) hasta que pudo desquitar un poco de lo que creo es cólera, cuando llegue a las mancuernas y no las podía alzar tantas veces como ordenaba el papel.
¿No puedes? – Me dijo el Señor Músculo, desde mis espaldas, con los brazos cruzados en esa posición Supermán que tanto les gusta a los chicos de brazos grandes. Pude ver como ponía aquella cara de satisfacción a través del espejo que teníamos en frente, cada vez que yo intentaba levantar aquellas mancuernas, pero no lo conseguía, ya que mis brazos estaban agotados - Ella si puede ¿Cómo no vas a poder? – Ambos miramos a una delgada chica, que se encontraba a nuestro lado, muy ágil levantando el mismo peso que yo, tantas veces que hasta mirarla hacer eso me agotaba.
No, no puedo- baje las mancuernas del cuerno, con los brazos agotados, un cuerpo sudoroso y que ya no podía cumplir más ese castigo.
Pregunte a Mister Músculos con la valentía que debe existir en esos casos, para no ser del todo humillado ¿qué seguía?, él sonrió como quien gana una batalla y me mando al vestidor, diciéndome que era todo por hoy.
Llegue al vestidor, más por dignidad ya que si lo hubiera hecho con las pocas energías que me quedaban, jamás lo hubiera logrado. Al entrar encontré lo más lógico que uno puede encontrar en un sitio así, cosa a la que no había caído en cuenta. Un desfile de panzas, nalgas y esos etcéteras al aire, todos alegres rebotando.
Ya lo he dicho y lo repito ahora, no soy, ni he sido muy deportista nunca, así que la escena que se desarrolla en un vestidor no era, ni es mi favorita, ni tampoco estaba muy acostumbrado a eso de las “narices de Bob Esponja” al aire como si fuera una exhibición, así que me lave la cara en el caño, cogí mi mochila y me fui para ahorrarles a los otros caballeros la exhibición de mis dotes.
El siguiente día que me toco ir al gimnasio fui solo, a mi amigo no le tocaba ir y la verdad fui mas a la fuerza que por voluntad propia, ya que en mi casa a todos les parecía genial que alzara más los brazos con pesas que con cigarros y me dieron toda una charla de salúd digna del doctor Pérez Alvela, que terminó en discusión y en obligación de ir a un lugar que no me costaba ni un sol. ¡Aprovecha es gratis! Dijeron mis familiares y mi enamorada.
Me gustaría mucho decir que ese segundo día me fue mejor en las máquinas y que el instructor puso mas atención en mi persona, que en el cuerpo de esa chica a la que yo también prestaba atención, pero ¿qué vamos a hacer?, la verdad fue otra y el Señor Músculos solo me indicaba con señas el lugar donde estaban ubicadas las máquinas, cuando mis interrupciones con sus chicas se hacían insoportables.
Algo que no puedo quitarle al señor músculo es que se me acercó un momento aquel segundo día, pero solo fue para reprocharme, porque olía a cigarro, pero después de eso ni nos despedimos, porque él ya estaba ocupado con una “calendar girl”.
Después de esa segunda vez en el gimnasio y los hechos acontecidos en ambas faenas, tome una decisión para quedar en paz conmigo, con el instructor y con las chicas a las cuales él atendía alegremente; cogí mi bicicleta y me propuse reventarme a pedalazos en mi bicicleta, cada vez que se me diera la gana hasta el Sur o Miraflores para alejarme para siempre, de ese templo que moldea el cuerpo humano al cual yo no pertenecía.
Montado en mi bicicleta, he logrado escaparme de cuatro paredes que me encierran ya sea en un gimnasio o en esa oficina que me embarazo de grasa, además la música de mi walkman o en todo caso de mi mp3, me suena más oportuna para aquella adrenalina que existe más en la calle, que en un gimnasio.
Que gracioso, debes pensar en cuanto al tema de adrenalina en bicicleta. Hay adrenalina en serio. Si estas en el kilometro 35 de la carretera, depende nada mas de ti el llegar a casa, aquí no existe bajarse de la bici de cardio porque me cansé o mejor bajo la velocidad o que sé yo.
Si vas a Miraflores, la adrenalina que existe mientras uno esquiva combis y automóviles, que no respetan al ciclista (ya que no en todos lados hay ciclo vías); es incomparable.
Freno de mano, bajo la velocidad y por fin paramos para descansar mi bici y yo.
Lo bonito de la bicicleta es llegar a aquel punto donde querías llegar, sentarte y mirar el paisaje, que es la mejor recompensa después de haber pedaleado todo ese viaje.
Aquí en este destino de pedales y cadenas, sin mancuernas del cuerno, Chichi Peralta, el instructor musculoso y su mano inquieta, todos tranquilos y sin caras largas, somos libres de ataduras, de jaulas de paredes, miramos el entorno como un gran paisaje, descansamos, para luego emprender el viaje de vuelta entre la gente y las chicas lindas que te puedes encontrar en la calle.
Por hoy me despido, ya camino de regreso a casa, montado en mi fiel y silenciosa bicicleta, acordándome de una frase del tío Toño una vez más, que se halla en “El libro del buen salvaje”:
“Monto a menudo mi rauda bicicleta a la buena de Dios, sin premura ni rumbo con la sola certeza de que todas las rutas me conducen al mar.”(…)
Posdata:
Perdóname panza, confundí tu volumen, con una exigencia de reducción y mi ida al gimnasio, como una solución, cuando lo que siempre quisiste de verdad es la libertad, que este monitor ni esta oficina te pueden dar. Quisiste ser Quijote y no por lo flaco, si no por las aventuras y dejar de ser Sancho, no tanto por la panza, si no por escapar de la realidad.
El invertebrado

invertebrado

Some say he’s half man half fish, others say he’s more of a seventy/thirty split. Either way he’s a fishy bastard.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente aventura la vivida ese dia en el gimnasio. Una más, dentro de las muchas que hacen falta inmortalizar con el teclado en compañía del infaltable tabaco.

Unknown dijo...

Que buena, yo tb quiero tener una mano inquieta.